A la mayoría de nosotros nos gustaría tener una vida sin complicaciones, ¿a poco no? Una donde todo fluya de manera tranquila, relajada y en armonía… pero no existe. Los problemas se presentan siempre y en distintos grados, así que, cuentahabientes míos, lo más útil es asumirlos y hacernos de recursos para enfrentarlos lo mejor posible.
Si lo pensamos, las disputas son útiles para ayudarnos a superar situaciones y momentos en los que ya no nos sentimos cómodos, pues como siempre se los he dicho: prefiero un buen pleito que andar con una bronca atorada por años.
Sin embargo, estarán de acuerdo conmigo en que hay de baches a baches; algunos leves y constructivos, y otros que terminan en batallas campales de las que no se rescata nada. Por eso les dejo varios pasos que los ayudarán a resolver aquello en lo que llevan años:
- Lo cortés no quita lo valiente. Digan lo que sienten, hablen de ustedes, de lo que les pasa y están experimentando, sean claros
- El valiente y sabio va por delante. Eviten el “Me hiciste o me dijiste”; cámbienlo por “Me pasa esto” o “Me sentí de esta forma”. Expresarse desde su ser ayuda a que el otro se abra
- Observen su historia personal. Se trata de que detecten cuáles son sus enfrentamientos recurrentes y si pelean por lo mismo tendrán que echar un análisis para saber qué hay debajo de eso
- Gánense el derecho a ser escuchados. Eso lo logran siendo más asertivos y no enfrentándolo todo con reclamos y ofensas
- Hagan un corte diario de caja. ¿Cuántas trabas tuvieron? Y de esas, ¿en cuáles lograron construir o acordar algo y qué detonó que terminaran fatal? Todos cuentan: los que tengan en la calle, en el trabajo o en casa
- En un apuro los dos pueden ganar. Platiquen y escuchen, abran su mente a lo que el otro tiene que decirles y quítenle la importancia a tener o no la razón
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